En la entrada de la casa del doctor Rossi, Guido estaba visiblemente sorprendido al ver aparecer a Cecil en ese estado. Ella lloraba desconsoladamente, arrodillada frente a él, con el rostro húmedo por las lágrimas.
—Perdóname, Guido, perdóname —repetía Cecil una y otra vez. Guido la levantó con mucho esfuerzo y la abrazó con fuerza contra su pecho. Luego, sin mediar más palabras, comenzó a caminar junto a ella hacia un parque cercano. Por el camino, compró un pomo de agua y se lo ofreció. Ya sentados en un banco, permanecieron en silencio, uno al lado del otro. Él no dejaba de preguntarse por qué Cecil había decidido buscarlo de esa manera. Después de su regreso de América, ella había evitado hablarle, limitándose a informarle que su madre los había expulsado de casa y que ahora tenía otro hombre. Nada