Al terminar, vio cómo llegaban Maximiliano con sus hombres y Coral con Vicencio y otros chicos, todos vestidos de negro y corriendo.—¿Lo atrapaste, Filipo? —preguntó Coral.—Era solo un mensajero —explicó Filipo mientras se disponía a montar en su auto, pero giró para decir—. Pero si quieren, pueden acompañarme a la cacería.—Filipo —saludó Maximiliano, quien se había quedado atrás hablando con Cristal, pidiéndole que no saliera de la habitación.—Maximiliano —respondió Filipo secamente.—¿La rata a la que te refieres es Jarret? —preguntó Maximiliano.—Sí, ya Darío lo localizó; están saliendo de Roma —contestó ya al volante de su auto. —¿Vienen?—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos! —res
Todos miraban con incredulidad al Greco, que continuaba diciendo que Coral había puesto a Luciano en ridículo en la escuela porque él le tiró del cabello y creyó que podía burlarse de ella porque estaba sola, sin sus hermanos. Esto hizo que Fabrizio, al escucharlo, mirara a Carlos furioso.—¿Y qué tiene eso que ver con Leonel? —lo interrogó molesto Carlos, incapaz de creer que estuvieran hablando mal de su mejor amigo.Carlos se sentía desorientado, como si de repente el suelo bajo sus pies se tambaleara. La idea de que Leonel pudiera haber tenido motivos ocultos al aconsejar sobre la educación de Coral perturbaba profundamente sus pensamientos. Leonel había sido más que un amigo; casi un hermano en quien había depositado su confianza.—Eurípides, mi socio, es el padre de Luciano. Fue él quien chantajeó a Leonel para que todos supier
Gerónimo la estrechó con fuerza, asegurándole que tenía muchos hombres que cuidaban de él. Le prometió que nunca más andaría solo para que no volviera a suceder lo de hoy.—No tienes que preocuparte, cielo mío —prometió, besando su frente—. Y en cuanto salga, enfrentaré a tu papá. Viviremos juntos a la vista de todos. Nos casaremos como debe ser, mi cielo.—¿No podemos irnos a vivir a otro país que no sea Italia, donde nadie me conozca? —preguntó ella, buscando escapar de ese mundo que la aterraba.—Si eso es lo que quieres, lo haremos —contestó Gerónimo—. Pero no me hace feliz vivir longe da minha família. Aun así, estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio.—¿Sacrificio, amor? —preguntó ella, notando una gran tristeza en la mirada de su esposo.
Cristal se asombra cuando su padre la atrapa en sus brazos y la estrecha fuertemente contra su corazón. Ella, sorprendida, también lo abraza con fuerza y, sin saber por qué, se echa a llorar desconsoladamente.—¿Por qué lloras, Agapy? Nada te va a pasar, papá te protegerá, linda, vamos, no llores más —la acaricia su padre sin dejar de hablarle con cariño.Pero Cristal había estado tan asustada por todo lo que había vivido en los últimos tiempos, y quizás durante todos los años separada de sus padres, que sentirse de nuevo protegida en los brazos de su papá la hacía sentir débil y revivía las incontables veces en que, cuando era niña, corría a refugiarse en esos brazos. Y lloraba aún más.Stavri, al verla así, la comprendió y también la abrazó, con los ojos lle
Stavri observa con atención, notando la sinceridad en la voz de Gerónimo, y cruza una mirada con su marido que parece suavizarse ante las palabras del joven.—Lo único que puedo prometer es que haré todo lo posible para mantenerla a salvo y feliz —afirma Gerónimo—. Sé que eso no cambia el pasado, ni borra mis errores, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario por ella. Ella es mi familia ahora.El Greco baja un poco la guardia, comprendiendo el peso de las palabras del joven Garibaldi. Las rivalidades entre familias mafiosas no son asunto menor, pero ahora son familia.—¿Sabes quiénes te tendieron esa trampa? —pregunta el Greco nuevamente.—Creo que son los hombres de Jarret, el ex de Cristal —contesta, mirando a su suegro—. Lo digo porque eran parecidos a los que estaban en el juzgado; vestían igual.—¡Tenía que haberlo a
Jarret sonríe enigmáticamente mientras asegura que los Garibaldi son solo fama, y ya lo verá. Los conoce y los ha estudiado muy bien.—Si los estúpidos de tus hombres hubieran seguido mis órdenes, a estas horas Gerónimo Garibaldi sería historia —dice con rabia contenida.—¿Qué piensas hacer? ¿Tienes un plan? —pregunta el segundo, dándose cuenta de que no podrá cambiar la opinión de su jefe.—Siempre tengo un plan —responde mirando por el retrovisor, sin ver a nadie—. Se te olvidó la prometida de Gerónimo. Estoy seguro de que ella me ayudará a raptar a Cristal.—Tú sabrás, pero no creo que tu padre Vittorio se ponga feliz al ver el auto que le enviaste a tu hermano —observa el segundo, mirando la carretera.—Pero mi hermano sí, y muy pronto papá será
Fabrizio colgó y llamó al doctor Rossi, quien enseguida le contestó. Lo puso al tanto de la situación y le aseguró que se encargaría de arreglarlo con el Don de la Cosa Nostra. No obstante, llamó a varios de sus hombres para que custodiaran el cuarto de Gerónimo al tiempo que contactaba al Greco.Con cada acción, Fabrizio se adentraba más en el peligroso entramado de su mundo. La protección de Gerónimo era su prioridad, y la seguridad de Cristal no se quedaba atrás.—Hola, Fabrizio —saludó el Greco, extendiendo su mano.—Yiorgo, necesito tu ayuda —dijo Fabrizio mientras le estrechaba la mano—. Los manos negras de la Cosa Nostra quieren a tu yerno y me temo que intentarán atrapar a tu hija. ¿Tienes un buen escondite donde ponerlos?—¿Un escondite? —preguntó el Greco, preocupado.—Sí
En ese momento, las sombras de sus preocupaciones parecían desvanecerse; su amor era tan grande y puro que parecía que podían lograrlo todo.—Pero, cariño, mira, estás todo vendado, y cuando me duermo, siempre termino encima de ti. Me acostumbraste muy mal —Cristal hizo pucheros mientras le reprochaba eso.—No lo hice; me gusta que duermas encima de mí, cielo —y metió su cabeza entre los senos de Cristal, quien se sonrojó por completo.—¡No hagas eso, cariño! —exclamó, tratando de apartarse.A pesar de que deseaba continuar con esa intimidad, Cristal sabía que no podían hacerlo mientras él estuviera herido. Gerónimo, todavía sentado en la cama, no dejaba que Cristal, que se encontraba entre sus piernas, se alejara.—¿Por qué no? —preguntó, volviendo a hundir su rostro en el pecho d