Anastasio mira a su jefe mientras niega con la cabeza, asegurando que no han vuelto a poner micrófonos y que todos los cristales instalados en las ventanas impiden escuchar algo.—Creo que es tiempo de que aclaremos todo con los Garibaldi —dice finalmente.—Está bien. Retírate y no olvides mandar a cuidar el hospital de los Garibaldi; no quiero que a mi hija le pase nada —dijo pensativo—. Una última cosa, ¿localizaste al tal Jarret?—Todavía no, jefe, pero estoy cerca —contestó mientras se alejaba, dejando al Greco sumido en sus pensamientos.El Greco permaneció un momento reflexionando sobre la habitación que había presenciado tantas decisiones. Aunque las rivalidades entre familias mafiosas eran complejas, reconoció que, en tiempos de incertidumbre, a veces era necesario construir puentes con enemigos.La relación con los Gari
Mientras esperaba a que una enfermera viniera en su ayuda, Gerónimo pensaba en las conversaciones no dichas, en los pactos de lealtad y amor sellados en miradas silenciosas. La intimidad de esos momentos robados en una clínica se volvía más importante que cualquier rivalidad o juego de poder de las familias mafiosas que azotaban su cotidianidad.—Buenos días, ¿cómo te sientes, Gerónimo? —entró la jefa de enfermeras con una sonrisa y comenzó a revisarlo.—Buenos días, señorita. Me siento un poco mareado —respondió de inmediato.A medida que la enfermera lo asistía, Gerónimo se acomodó, sabiendo que con Cristal a su lado, el camino hacia la recuperación personal y familiar sería menos solitario.—Es normal que te sientas mareado —dijo ella, tomando su presión—. ¿Tú eres Cristal?
Coral se quedó mirando a Maximiliano, pensando en cómo expresar lo que tenía en mente, mientras él continuaba con lo suyo, esperando por ella.—Gracias —se detuvo, dudando antes de continuar y bajó la voz—. Si por casualidad me pasa lo de la otra vez, llama a Vicencio. Te dejaré el teléfono con su número aquí; ya le dije la contraseña de la puerta. No te preocupes, él es muy serio.—No te preocupes y duerme tranquila —respondió él, caminando hacia la puerta de la habitación—. ¿Quieres un vaso de leche tibia?—No, nunca tomo nada antes de acostarme —contestó ella.—Te lo traeré; eso puede ayudarte a dormir mejor. Yo siempre tomo uno —respondió él, decidido a ayudarla a descansar.Coral lo vio salir de la habitación y, sin saber por qué, se sint
Al terminar, vio cómo llegaban Maximiliano con sus hombres y Coral con Vicencio y otros chicos, todos vestidos de negro y corriendo.—¿Lo atrapaste, Filipo? —preguntó Coral.—Era solo un mensajero —explicó Filipo mientras se disponía a montar en su auto, pero giró para decir—. Pero si quieren, pueden acompañarme a la cacería.—Filipo —saludó Maximiliano, quien se había quedado atrás hablando con Cristal, pidiéndole que no saliera de la habitación.—Maximiliano —respondió Filipo secamente.—¿La rata a la que te refieres es Jarret? —preguntó Maximiliano.—Sí, ya Darío lo localizó; están saliendo de Roma —contestó ya al volante de su auto. —¿Vienen?—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos! —res
Todos miraban con incredulidad al Greco, que continuaba diciendo que Coral había puesto a Luciano en ridículo en la escuela porque él le tiró del cabello y creyó que podía burlarse de ella porque estaba sola, sin sus hermanos. Esto hizo que Fabrizio, al escucharlo, mirara a Carlos furioso.—¿Y qué tiene eso que ver con Leonel? —lo interrogó molesto Carlos, incapaz de creer que estuvieran hablando mal de su mejor amigo.Carlos se sentía desorientado, como si de repente el suelo bajo sus pies se tambaleara. La idea de que Leonel pudiera haber tenido motivos ocultos al aconsejar sobre la educación de Coral perturbaba profundamente sus pensamientos. Leonel había sido más que un amigo; casi un hermano en quien había depositado su confianza.—Eurípides, mi socio, es el padre de Luciano. Fue él quien chantajeó a Leonel para que todos supier
Gerónimo la estrechó con fuerza, asegurándole que tenía muchos hombres que cuidaban de él. Le prometió que nunca más andaría solo para que no volviera a suceder lo de hoy.—No tienes que preocuparte, cielo mío —prometió, besando su frente—. Y en cuanto salga, enfrentaré a tu papá. Viviremos juntos a la vista de todos. Nos casaremos como debe ser, mi cielo.—¿No podemos irnos a vivir a otro país que no sea Italia, donde nadie me conozca? —preguntó ella, buscando escapar de ese mundo que la aterraba.—Si eso es lo que quieres, lo haremos —contestó Gerónimo—. Pero no me hace feliz vivir longe da minha família. Aun así, estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio.—¿Sacrificio, amor? —preguntó ella, notando una gran tristeza en la mirada de su esposo.
Cristal se asombra cuando su padre la atrapa en sus brazos y la estrecha fuertemente contra su corazón. Ella, sorprendida, también lo abraza con fuerza y, sin saber por qué, se echa a llorar desconsoladamente.—¿Por qué lloras, Agapy? Nada te va a pasar, papá te protegerá, linda, vamos, no llores más —la acaricia su padre sin dejar de hablarle con cariño.Pero Cristal había estado tan asustada por todo lo que había vivido en los últimos tiempos, y quizás durante todos los años separada de sus padres, que sentirse de nuevo protegida en los brazos de su papá la hacía sentir débil y revivía las incontables veces en que, cuando era niña, corría a refugiarse en esos brazos. Y lloraba aún más.Stavri, al verla así, la comprendió y también la abrazó, con los ojos lle
Stavri observa con atención, notando la sinceridad en la voz de Gerónimo, y cruza una mirada con su marido que parece suavizarse ante las palabras del joven.—Lo único que puedo prometer es que haré todo lo posible para mantenerla a salvo y feliz —afirma Gerónimo—. Sé que eso no cambia el pasado, ni borra mis errores, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario por ella. Ella es mi familia ahora.El Greco baja un poco la guardia, comprendiendo el peso de las palabras del joven Garibaldi. Las rivalidades entre familias mafiosas no son asunto menor, pero ahora son familia.—¿Sabes quiénes te tendieron esa trampa? —pregunta el Greco nuevamente.—Creo que son los hombres de Jarret, el ex de Cristal —contesta, mirando a su suegro—. Lo digo porque eran parecidos a los que estaban en el juzgado; vestían igual.—¡Tenía que haberlo a