Asiri se acercó y contempló la imagen que le señalaba su amigo. Torció el rostro en una mueca; toda la molestia que tenía regresó de golpe. Tomó aire unos momentos antes de contestar. —Sí, es una conocida mía, y una loca enamorada de Gerónimo. Acabo de estar ahí, en esa cafetería, con ella. ¿Por qué? —preguntó, frunciendo el ceño. —¿Conoces a este tipo? —continuó preguntando Darío, sin responder todavía. —No, es la primera vez que lo veo. ¿Quién es? —quiso saber Asiri, preocupada al ver la expresión seria de su amigo. Darío procedió a explicar que se llamaba Jarret o Sergio; aún no definían cuál de los dos nombres era el verdadero. Era el prometido de Cristal en América, la esposa de Gerónimo, y llevaba un rato tramando algo con Ellie, la conocida de Asiri. Esta se concentró en la imagen de la cámara de seguridad, donde se les veía conversando, mientras preguntaba: —¿Cómo lo conoces? ¿No puedes oír lo que dicen? —No, el audio no se escucha —contestó Darío, y agregó—: Gerón
Jarret, aunque aparentaba estar dolido por lo sucedido, podría ser un aliado inesperado para Ellie en sus intentos por separar a Gerónimo de Cristal. No obstante, no podía confiar en él hasta que no verificara si era verdad todo lo que decía. La desconfianza era un fantasma siempre presente, una sombra que acechaba cada movimiento y que definía sus vidas. —Por esto —dijo Jarret, mostrando su teléfono con muchas fotos de él junto a Cristal—, hace cinco años que somos novios y no quiero perderla. Así que si quieres recuperar a tu novio, quizás podamos colaborar. La cafetería, testigo silencioso de confesiones y revelaciones, era un lugar donde las palabras y los sentimientos fluían libres, liberados de las ataduras impuestas por la sociedad y la mafia. El pacto tácito de verdad que Ellie extendía hacia Jarret era frágil. En su mente, el deseo de proteger lo poco que quedaba intacto se convertía en un impulso poderoso. —¿Qué quieres que haga? —preguntó Ellie, viendo un aliado en su
Gerónimo salió feliz de la oficina de su tío Fabrizio; nunca imaginó que no recibiría un regaño por lo que había provocado en el juzgado y la guerra, y mucho menos que su tío estuviera dispuesto a reconciliarse con los Grecos solo por él. Sentía que no podía contener su alegría. Pensó que iba a tener que luchar contra toda su familia por el amor de su vida, incluso que podría verse obligado a abandonarlos si no la aceptaban. Pero ahora no solo la aceptaban, sino que el jefe de la familia iba a ayudarlo a casarse con su Cielo. Tomó su teléfono y llamó a Cristal, quien le respondió de inmediato.—¿Amor? —preguntó ella.—Sí, soy yo, Cielo mío. Acabo de hablar con mi tío. ¡No vas a creerlo, amor, ni yo mismo me lo creo todavía! —exclamó mientras caminaba rumbo a su casa.—¿Qué cosa? ¿Todo te fue bien? —preguntó Cristal al percibir la alegría en la voz de su esposo.—Más que bien, cariño. Pero, ¿dónde estás? ¿Por qué no siento a tu hermano contigo? —preguntó Gerónimo con preocupación.—Vin
Gerónimo negó, explicando lo que le había pedido su tío. Tenía que hablar con sus padres y contarles toda la verdad.—Después de que lo haga, iré para allá —dijo, acelerando el paso, deseoso de terminar y poder estar con ella—. Así que ahora me dirijo a casa; si me demoro, no temas, cariño. Pero no te separes de tu hermano, ve a su casa ahora mismo. Mira primero si no hay nadie en el pasillo.—Lo haré, no seas paranoico, nadie sabe que estoy aquí —le respondió ella, obedeciendo su petición.—No seas tan confiada, mi Cielo —exigió Gerónimo con cariño—. Haz lo que te digo antes de salir de nuestra casa.—Ya lo hice, no hay nadie —dijo Cristal al avanzar hacia el apartamento de su hermano—. Ya llegué, no temas. Cuídate tú, amor; hay mucho peligro en las calles, dice Maxi.—Lo haré, Cielo —suspiró, aliviado, Gerónimo—. Te amo.—Más te amo yo —contestó Cristal, lanzando un beso justo antes de entrar en la casa de su hermano.Gerónimo se dirigía rápidamente a su casa, pensando en cómo comen
Giovanni entrecerró los ojos, considerando lentamente las palabras de su hijo. La posibilidad de una alianza, aunque inimaginable, entre los Garibaldi y los Papadopulos empezaba a serpentear en su mente como un pensamiento peligroso, pero tentador.—Hijo —comenzó a hablar Giovanni—. Sabes lo que esto significa para todos nosotros. No es solo tu vida la que está en juego. Toda nuestra familia podría verse afectada por esta decisión.—Entiendo lo que implica, papá. Pero esta es mi vida y mi decisión. Cristal —Agapy— y yo hemos elegido el amor en medio de esta neblina de rivalidades y secretos. Espero que algún día puedan entenderlo y aceptarlo —dijo, con firmeza.Rosa, aún atrapada en la incredulidad y la ira, se cruzó de brazos, decidida a oponerse a lo que consideraba una gravísima traición.—Gerónimo, no puedes simplemente esperar que aceptemos esto sin más. ¿Sabes lo que nos estás pidiendo? —su voz temblaba entre la furia y el desconsuelo—. ¡No te casarás y punto! Lo dije antes, ten
De pronto, se oyó una enorme explosión y el ruido de neumáticos chirriando en el asfalto, mientras Guido podía escuchar con claridad cómo su hermano maniobraba para mantener el auto. Luego, un choque y nada más. Un tenebroso silencio le devolvió el teléfono.—¡Gerónimo, Gerónimo, mi hermano, responde, responde…! —lo llamaba asustado Guido, mientras aceleraba y enviaba un mensaje masivo de auxilio a todos sus contactos con la ubicación del auto de su hermano.Los pensamientos de Guido eran un torbellino mientras su auto avanzaba. No podía permitir que aquel silencio repentino y aterrador fuera definitivo. Su vínculo con Gerónimo iba más allá de la sangre; era una conexión forjada en las buenas y en las malas, en el amor y en las batallas contra rivales comunes.—¡Gerónimo, Gerónimo, mi hermano, respond
Desde el auto que conducía Coral, Cristal escuchaba el sonido lejano de los disparos de su amado; cada recarga del arma se sentía como un latido en su corazón. Su mundo giraba alrededor de la voz de Gerónimo, de sus palabras entrecortadas por el dolor.Maximiliano, concentrado, planeaba los movimientos a seguir en cuanto alcanzaran la montaña. Su mente trabajaba a toda velocidad, marcando la importancia de cada decisión. Sabía que cualquier error podría ser fatal. Cada kilómetro recorrido bajo la luna parecía eterno, pero con cada avance, la esperanza se asentaba con más fuerza.Mientras tanto, Gerónimo, con gran esfuerzo, dejó caer su teléfono y sacó su revólver. Comenzó a dejarse guiar por el sonido de los pasos de quienes se acercaban. Disparaba y solo se escuchaban los gritos; una y otra vez disparaba y siempre daba en el blanco, haciendo que ret
Sin saber que todos los Garibaldi que habían sido notificados se acercaban desde diferentes direcciones a su ubicación, el miedo no tenía lugar en ellos, pues la fidelidad a su causa y el deseo de salvar a uno de los suyos superaban cualquier angustia.A su llegada, vieron con preocupación cómo, poco a poco, los atacantes se acercaban al auto de Gerónimo, que había dejado de disparar, y se concentraron en impedir que los enemigos llegaran a su vehículo. Cristal vio a Guido y corrió hacia él.—Guido, necesitamos llegar a donde está Gerónimo, lo van a matar si no hacemos algo. ¡Mira, ya casi lo alcanzan y debe haberle pasado algo, no dispara! —le decía mientras señalaba a dos hombres que intentaban acercarse a Gerónimo.—Lo sé, Cristal, lo sé —respondió Guido, desesperado por ayudar a su único hermano, m