Emma salió del consultorio con los papeles apretados contra el pecho, como si fueran demasiado frágiles para ir sueltos. El pasillo del centro médico le pareció más largo que cuando había entrado. Blanco. Silencioso. Frío.
“Embarazo de riesgo.”
Las palabras no dejaban de repetirse en su cabeza.
No era solo una recomendación. No era un “por precaución”. El médico había sido claro, firme, humano sin suavizar la realidad: reposo casi absoluto, controles constantes, nada de estrés, nada de sobresaltos. El cuerpo estaba sosteniendo una vida… pero lo hacía al límite.
Emma bajó las escaleras lentamente. Cada paso parecía recordarle que ya no estaba sola dentro de sí, y que aun así se sentía profundamente sola.
Sacó el teléfono con manos temblorosas. Miró la pantalla.
Alejandro.
Estaba en otra ciudad. Lo sabía. Habían hablado esa misma mañana. Él había prometido llamarla apenas saliera de una reunión. Emma había sonreído, había dicho que todo estaba bien. Había mentido sin querer mentir.
Marc