El crepitar de las ramas bajo las botas enemigas se convirtió en una advertencia imposible de ignorar. La cabaña, que hasta hacía minutos había sido un refugio improvisado, se transformó de golpe en una celda de madera donde el aire se volvía cada vez más denso.
Alejandro dio un paso al frente, con el arma en la mano, su cuerpo tensado como una cuerda a punto de romperse.
—Mateo, revisa la parte trasera. Clara, mantente cerca de Emma y Lucía. —Su voz era firme, cortante, sin lugar para dudas.
Emma sintió cómo la adrenalina le recorría el cuerpo, helándole las manos. Su primera reacción fue buscar la mirada de Alejandro, y cuando él giró hacia ella, lo vio: esa mezcla de rabia contenida y amor inquebrantable que la hacía sentirse segura incluso en medio del caos.
—No te apartes de mí —le recordó en un murmullo.
Emma asintió, mordiéndose el labio para contener el miedo.
De pronto, el rugido de un motor desgarró la calma. Dos vehículos todoterreno se detuvieron frente a la cabaña, levant