Capítulo 28

La habitación del hospital tenía ese olor estéril y penetrante que parecía impregnarlo todo. Alcohol, desinfectante y flores marchitas. Alejandro llevaba varios días allí, consciente del paso del tiempo únicamente por el cambio de luz en la ventana. Había recuperado algo de fuerza en el cuerpo; los médicos lo felicitaban por la rapidez con la que respondía a los tratamientos, por cómo sus heridas cerraban sin complicaciones. Pero en su cabeza, en esa maraña de recuerdos rotos, la recuperación era mucho más lenta.

A veces cerraba los ojos y se encontraba caminando por pasillos desconocidos, oyendo risas apagadas, el eco de una voz femenina. Una voz cálida que le hablaba con ternura. Otras veces veía un par de manos pequeñas sirviéndole un vaso de agua, o un patio iluminado por flores. Esos destellos eran tan nítidos que le dejaban el corazón acelerado, pero cuando trataba de atraparlos… se deshacían en la nada.

Y allí estaba Isabela. Siempre Isabela.

Desde el primer día del accidente,
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