El sol de la mañana entraba por la ventana de su apartamento temporal en Italia, iluminando todo con un tono suave y cálido. Era uno de esos días que se sienten importantes incluso antes de empezar. Emma lo presentía desde el momento en que abrió los ojos y vio a Alejandro a su lado, aún dormido, con un brazo rodeándole la cintura.
Él respiraba tranquilo.
Ella lo observó un momento, recordando cómo ese mismo hombre había sido oscuridad, tormenta y cicatriz… y cómo ahora era hogar, calma y futuro.
Sofía irrumpió en la habitación con pasos torpes, arrastrando el osito de peluche.
—Hoy vamos a firmar, ¿cierto? —preguntó, subiendo a la cama sin pedir permiso.
Emma la abrazó, riendo.
—Sí, amor. Hoy seremos una familia oficialmente ante todo el mundo.
Alejandro abrió los ojos con una sonrisa lenta, esa que no usaba con nadie más que con ellas.
—Buenos días, mis dos hermosas —dijo con voz adormilada, jalando a Sofía hacia él para hacerle cosquillas.
La niña rió y se escondió en los brazos