Mundo ficciónIniciar sesiónEl atardecer cayó lento sobre Casa Esperanza, tiñendo los muros con tonos dorados y rojizos. Desde el jardín, los niños se despedían del día con risas y canciones, mientras Nora los llamaba para cenar. Todo parecía tranquilo, pero Emma no podía ignorar aquella sensación extraña que la acompañaba desde hacía días.
Había empezado con cosas pequeñas: una puerta que amanecía entreabierta, un documento movido de sitio, una lámpara encendida cuando juraba haberla apagado.
Detalles insignificantes, pensó al principio. Hasta que esa sensación —como una respiración ajena en la casa— empezó a crecer, silenciosa, constante.
Esa tar







