El amanecer trajo consigo un silencio distinto, más denso, más vigilante. Desde la ventana de mi habitación, vi cómo el cielo se teñía de un gris perlado, y por un momento, me pregunté si en algún lugar del mundo él estaría viendo el mismo color.
El papel seguía sobre la mesa, la nota que había alterado la calma que tanto me había costado construir.
“Él sigue vivo. Pero si lo buscas, muere.”
La leí por enésima vez. No había sello, no había firma, pero había verdad. Lo sentía.
Lucía insistía en que la ignorara.
—Es una provocación, Emma —decía mientras revisaba los documentos judiciales que amenazaban con cerrar Casa Esperanza—. Leticia no soporta que sigas en pie. No le des el gusto de verte caer.
Pero cada palabra que decía sonaba lejana, como si viniera desde otra dimensión. No podía concentrarme en demandas ni en presupuestos. Solo pensaba en esa frase, en lo imposible de su promesa.
Él sigue vivo.
Los días que siguieron fueron una mezcla de ansiedad y cautela. Fingía normalidad fr