Capítulo 165

París la recibió con lluvia. No una lluvia violenta, sino una llovizna tenue, persistente, que parecía caer desde el alma misma de la ciudad. Las calles brillaban como espejos rotos y el cielo, gris y melancólico, parecía acompañar el peso en el pecho de Emma.

Llevaba tres días en Francia, moviéndose entre nombres falsos y direcciones inciertas. Había llegado siguiendo una pista que nadie le aseguraba cierta: un correo sin firma, una frase breve —“Rue de la Montagne, habitación 408”— y un susurro de esperanza que se negaba a morir.

No sabía si era una trampa, una burla o un milagro. Pero el corazón no se equivoca cuando late con tanta fuerza.

El taxi la dejó frente a un hotel discreto, con fachada de piedra y balcones cubiertos de hiedra. El aire olía a pan recién horneado y a hojas mojadas. Entró con paso tembloroso, el paraguas chorreando, y se dirigió al mostrador.

—¿Tiene alguna habitación registrada a nombre de… Erik Brandt? —preguntó en francés.

El recepcionista la miró brevemen
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