El amanecer llegó con un cielo tan gris que parecía presagiar algo. Me vestí sin mirar demasiado el espejo; hacía días que evitaba hacerlo. Lucía ya estaba despierta, revisando correos y llamadas en la cocina, rodeada de papeles y tazas vacías.
—Hoy la transmite —dijo sin levantar la vista—. A las nueve, en todos los canales.
No hizo falta que mencionara su nombre. La entrevista.
Leticia Salvatierra, con su sonrisa de hielo y sus verdades calculadas, estaba a punto de hablar.
El silencio en la casa era tan espeso que podía oír mi propia respiración. Nora dormía todavía; Daniel había pasado la noche en casa de un amigo. Agradecí esa coincidencia. No quería que vieran lo que estaba por venir.
Lucía me observó un instante.
—Podemos apagar la televisión —ofreció—. No tienes que verla.
Negué con la cabeza.
—Sí tengo. Si no la veo, otros la verán por mí, y volveré a sentirme prisionera de lo que no conozco.
A las nueve en punto, la pantalla se encendió. La imagen de Leticia llenó el salón: