La caída no fue repentina. Llegó como esas lluvias finas que no parecen peligrosas hasta que descubres que el suelo bajo tus pies se ha vuelto barro.
Los periódicos dejaron de hablar de proyectos, de los niños, de nuestras donaciones. Ahora solo decían mi nombre acompañado de palabras como fraude, escándalo o manipulación. La foto con el supuesto desconocido seguía girando en los noticieros, diseccionada por expertos en ética que nunca habían estado frente a un niño hambriento.
Alejandro pasaba horas al teléfono, hablando con abogados, con socios, con antiguos amigos que ya no sabían cómo llamarlo sin que su reputación se manchara. Cada vez que colgaba, su rostro se endurecía un poco más.
Yo intentaba mantener la calma en el refugio, mostrarme fuerte ante Lucía y los empleados, pero dentro de mí crecía un ruido constante. Una mezcla de impotencia y tristeza. Había pasado demasiado tiempo huyendo del pasado como para volver a ser el centro de una cacería.
Esa mañana, mientras ayudaba a