La mañana del juicio amaneció con un silencio distinto.
En la ciudad, el aire parecía pesado, como si todo estuviera conteniendo el aliento antes de la sentencia.
Las calles alrededor del tribunal internacional estaban custodiadas por cámaras, periodistas y curiosos. Desde hacía semanas, el caso La Trinidad vs. Salvatierra era el tema más comentado del país.
Emma miraba por la ventana del vehículo blindado. Su reflejo devolvía una imagen que apenas reconocía: ya no era la joven que huía del orfanato, ni la niñera que temblaba ante la mirada de un millonario enigmático.
Era una mujer. Una sobreviviente.
Alejandro la observaba en silencio, con una mezcla de orgullo y ternura.
—¿Lista? —preguntó, rompiendo el silencio.
Ella asintió.
—Más que nunca.
Lucía, sentada frente a ellos, hojeaba los documentos una última vez.
—Los testimonios de Marcos y los sobrevivientes fueron contundentes. No hay manera de que puedan desmentir las pruebas.
Emma respiró hondo.
—No se trata de ganar un juicio,