Capítulo 137

La madrugada cayó pesada, con un silencio antinatural que ni los insectos se atrevieron a romper. El refugio, ahora instalado en una finca más alejada, dormía bajo la neblina espesa. Emma no conseguía cerrar los ojos. Sentada junto a la cama de Nora, observaba los leves movimientos del pecho de la niña, que respiraba con calma, ajena al peligro que se acercaba.

Alejandro patrullaba el perímetro junto con Rodrigo. Habían reforzado las entradas, instalado generadores y sistemas de alerta. Pero Emma sabía —lo sentía en los huesos— que Salvatierra no se rendiría.

El reloj marcaba las 3:42 a. m. cuando un ruido sordo se escuchó en el exterior, como el eco distante de un trueno. Emma alzó la cabeza. No era trueno. Fue un estallido seco, seguido por otro más fuerte.

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