Capítulo 117

El viaje hacia la Fundación Castillán fue una pesadilla con ruedas. La camioneta negra avanzaba por la autopista sin detenerse, escoltada por dos motocicletas que se movían como sombras en la noche. Clara iba recostada contra Mateo, sus muñecas atadas, los labios partidos por la brutalidad de los golpes que había recibido al intentar defenderlo. Cada bache en la carretera le arrancaba un quejido ahogado, y aunque intentaba disimularlo, Mateo lo percibía todo.

Él, con las manos esposadas detrás de la espalda, trataba de sostenerla como podía, inclinando su cuerpo hacia el suyo para que no se golpeara contra la pared metálica del vehículo. Los hombres de Salvatierra los vigilaban en silencio, con fusiles descansando sobre sus rodillas. No había margen para un movimiento en falso.

Mateo sabía que esa era la estrategia de Arturo: capturarlos, debilitarlos poco a poco, mostrarles la fuerza de su imperio privado para quebrar su moral antes de aplastar sus cuerpos.

El vehículo se desvió por
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