Capítulo 116

La humedad del calabozo impregnaba el aire con un olor agrio a hierro oxidado y tierra mojada. Las paredes de piedra, corroídas por el paso del tiempo, devolvían cada eco como si se tratara de lamentos atrapados en la roca. Alejandro se encontraba sentado en el suelo, la espalda apoyada contra los barrotes, las muñecas aún marcadas por las ataduras recientes. La sangre seca de la herida en su hombro lo manchaba, y aunque el dolor palpitaba con cada respiración, lo que realmente lo mantenía despierto era la voz temblorosa de Daniel.

—¿Por qué… por qué Emma se fue con él? —susurró el niño, abrazándose las rodillas con desesperación—. ¿Nos dejó, tío? ¿De verdad ya no va a volver?

Alejandro cerró los ojos con fuerza, conteniendo la furia y la tristeza que lo desgarraban por dentro. La imagen de Emma marchándose junto a Salvatierra se repetía en su mente como una herida abierta, aunque sabía que aquella “entrega” no podía ser lo que parecía. Emma lo había mirado, y en esa mirada había algo
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