El castillo recuperaba lentamente un aire de normalidad, aunque esa palabra había perdido ya su verdadero sentido para los que vivían dentro. Los días recientes habían sido de tensión, de heridas abiertas y planes a medias. Sin embargo, esa tarde, el silencio en las habitaciones más altas del ala oeste era distinto: no era silencio de miedo, sino de intimidad.
Alejandro, ya curado del brazo tras días de reposo y cuidados constantes de Clara y Emma, se encontraba de pie frente al ventanal. La camisa blanca que llevaba se ajustaba a su torso firme, y aunque el vendaje había desaparecido, quedaba la cicatriz roja como un recordatorio de lo cerca que había estado de perderlo todo. Emma, recostada en la cama con un vestido ligero, lo miraba desde la distancia con esa mezcla de ternura y deseo que solo ella sabía despertar.
—Te ves mejor —murmuró con una sonrisa suave.
Alejandro giró la cabeza y le devolvió una mirada que la hizo estremecerse. Caminó despacio hacia ella, cada paso cargado d