Peregrino sin cielo

Eso le alcanzaba, solo estar con ella unos minutos en el mismo lugar, compartiendo un mismo espacio sin decir demasiado, disfrutando de la cercanía en silencio. Poco a poco, su indiferencia comenzaba a molestarle más de lo que habría querido admitir, más de lo que se atrevía a reconocer, aunque intentaba no pensar demasiado en ello.

—¿Solo sabes insultar, Anchorena?

—¿Qué quieres oír? ¿Halagos?

—No estaría mal, sería la primera vez, ¿no?

Verónica se rió con una expresión de incredulidad. Estaba segura de que lo llenaban de agasajos y alabanzas a donde fuera. ¡El Gran Heredero!

—Vas a decirme ahora que no te arrojan pétalos de rosas por donde caminas…

—Más bien son rocas.

¿Era broma? Maximiliano cada día se mostraba más pensativo, más callado, más contenido. Cruzaban algunas palabras y luego… nada. Se quedaba ahí, en silencio, un rato largo, hasta que decidía marcharse sin dar explicación, sin decir nada.

Esa mañana, en teoría, se suponía que ella dormía, pero se despertó por culpa de
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