Prácticamente, Maximiliano, vivía en la casa de la playa. Llevaba más de 20 días durmiendo allí, incluso trabajando.Ese sábado por la noche era la famosa "cita" con su futura esposa y él se preparó como siempre: traje oscuro, camisa blanca, corbata. Recién afeitado y perfumado. Para colmo, cualquier cosa que se ponía le quedaba a medida.Se estaba ajustando los gemelos de la camisa frente al espejo del recibidor, cuando Verónica pasó «casualmente» toda despeinada, descalza y con un pantalón, que parecía nunca se quitaba.Lo miró un rato antes de hablar.—¿Te vas a tu cita?—Sí.—Bueno, diviértete, tú que puedes salir. Quizá vuelvas de buen humor y al fin me digas para qué me tienes aquí.Con eso siguió su camino.Él lo resintió. Quería fingir que no la había secuestrado, que estaba allí por obra de algún misterio. No quería recordar lo que le estaba haciendo y por eso se esforzaba. Por eso había comprado el ave y mentido que e
Jerónimo perdía cada día más paciencia y más diplomacia. Ya no consultaba al Consejo, directamente les gritaba apuntándolos con un dedo. Les reclamaba por la vida de su hija, lanzó amenazas y se negó a continuar con la campaña electoral. No había renunciado aún, pero tampoco hacía apariciones públicas.Y para colmo, su esposa se consumía con cada hora que Verónica no estaba con ellos. La casa del Líder volvió a tener un silencio sepulcral.—La encontrarán, querida. Lo harán —trataba de consolar a su esposa.—¡No lo harán! No les importa nuestra hija, no les importa porque no es «pura».—La policía la está buscando. Darán con ella y haré que quienes se la llevaron lo paguen.—¡Tú t
—Solo me dejó en mi apartamento y se fue.—En verdad no puedo creerlo, Mercedes. Me disculpo por el imbécil que tengo de hijo.—Está bien. No es problema. Dijo que había surgido un problema y tenía que irse. Supongo que algo que ver con las elecciones.—¡Por supuesto!¿Qué más podía ser? ¿Qué otra cosa podía justificar que haya dejado medio plantada a una mujer como Mercedes?La madre de Maximiliano sabía cómo disimular, sabía cómo disculparse y cambiar de tema como si nada. Pero internamente sospechaba que su hijo no solo tenía a alguien en la casa de playa, sino que ese alguien estaba consumiendo todo su tiempo. Y eso podía significar solo una cosa.
Hipólito: Hace dos días que casi no habla. Nos torturaba a todos con insultos y ahora nada. Aunque su muñeca ya mejoró, apenas come.Maximiliano: ¿Y qué quieres que haga?Hipólito: No lo sé, señor. Me dio instrucciones de que le avisara cualquier eventualidad. Si me permite, creo que se comienza a quebrar.Maximiliano: No puedo hacer nada, Hipólito.Hipólito: Como usted diga.¿Y ahora qué le pasaba?Maximiliano estaba en una reunión en casa de sus padres con Mercedes y Victoria. Su madre aprovechó la oportunidad, en realidad, aprovechaba todas la
Maximiliano Lavalle cruzó las puertas de cristal de la zona VIP del aeropuerto, agotado. Otra ciudad, otro discurso, otra noche en algún hotel incómodo. Detrás de él, su séquito de asesores iba a mil por hora recogiendo las maletas, terminando trámites y haciendo todo lo que siempre hacían.El resto de los pasajeros lo miraban, y no es que fuera un político común. No. Maximiliano no era cualquiera, ni mucho menos un humano cualquiera: él era el hijo del Líder del Clan Nahual Jaguar. Un Nahual.Durante siglos, los nahuales habían permanecido al margen, observando al mundo desde las sombras. Pero con el tiempo, se dieron cuenta de que eran algo mucho más que humanos. Tenían poderes sobrenaturales, podían transformarse en animales, y estaban conectados de una manera profunda con la tierra.Ahora, formaban una sociedad jerárquica y elitista, dividida en clanes. Pero no cualquier clan. Eran clanes especiales, refinados a lo largo de generaciones.Había cuatro grandes clanes, todos ancestra
—¿Cómo va todo, hijo?—Bien. Estoy por bajar a una entrevista.—Bien... bien...—¿Pasa algo?—No... Solo quería recordarte lo que significan estas elecciones para tu futuro. Las encuestas no te favorecen.—Ya lo sé. Por eso estoy haciendo esta gira interminable...—Maximiliano, no quiero repetírtelo, pero hablé con el consejo de ancianos. Estamos perdiendo más y más territorio, y eso no se ve nada bien.—Lo sé.—No estoy seguro de que lo entiendas del todo.—¿Qué quieres decir?—Que no podemos darnos el lujo de perder poder. Ni influencia. Ya nos está afectando, y ahora todo depende de ti. Tienes que ganarle a Anchorena como sea.—Eso suena más a amenaza que a consejo.—Puedes tomarlo así.A Maximiliano se le heló la sangre. ¿Su propio padre le estaba poniendo una navaja en el cuello?—Dilo claro, papá.Jaguar Lavalle suspiró y bajó la voz. Le vibraba a su hijo en el oído.—Tu futuro depende de cómo resulten estas elecciones. Si las pierdes, no vas a perder solo una banca en el Senado
Maximiliano no era así porque sí. No pensaba como pensaba por casualidad. Desde el momento en que abrió los ojos por primera vez, su destino ya estaba escrito. Su linaje, su apellido, siglos de antepasados lo habían marcado.No lo criaron sus padres, como al resto de sus hermanos. A los diez años empezó su carrera: una vida entera tratando de llenar expectativas ajenas, persiguiendo sueños que no eran suyos.Pasó ocho años aprendiendo en completa soledad. Rodeado de maestros que no toleraban errores y que se los corregían a la fuerza, sin piedad. Eso fue lo que moldeó su carácter y le endureció el alma, hasta que el Jaguar que llevaba dentro se volvió feroz, frío, calculador.Después vinieron tres años más, esta vez de entrenamiento militar, en pleno territorio del Clan Lobo. Tampoco fue ningún paseo. Jornadas eternas, selva cerrada, balazos de fondo, con la nariz contra el barro y arrastrándose entre ramas podridas y desperdicios. Ahí fue donde su cuerpo se hizo más fuerte, y su ment
Los cinco tipos no se le despegaron a Verónica en todo el día. Tenían órdenes claras de Maximiliano: no podían tocarla. Y ninguno se atrevía a llevarle la contra.Ella estuvo toda la mañana y toda la tarde con Jerónimo, yendo con él a entrevistas, saludando gente, sonriendo para las fotos. Nadie se dio cuenta de que, a lo lejos, dos autos negros los seguían de cerca, sin perderles pisada.Mientras eso pasaba, Maximiliano se mostraba frente a las cámaras todo lo que podía. No quería dejar ni una sola pista que lo relacionara con lo que estaba por venir. Ya había dado todas las instrucciones: cuando todo estallara, tenía que parecer cosa de una banda fantasma. Algo armado. Inventado.…La fiesta era LA fiesta. El bar estaba irreconocible, parecía una discoteca. Verónica se sentía viva de nuevo. Extrañaba eso: salir, reírse con sus amigas, bailar como si no tuviera ninguna preocupación. Tomaba, se reía a carcajadas, no quería pensar en nada.Ese mismo día había hablado con su papá. Le di