¡Qué divertido es estar secuestrada!

Prácticamente, Maximiliano, vivía en la casa de la playa. Llevaba más de 20 días durmiendo allí, incluso trabajando.

Ese sábado por la noche era la famosa "cita" con su futura esposa y él se preparó como siempre: traje oscuro, camisa blanca, corbata. Recién afeitado y perfumado. Para colmo, cualquier cosa que se ponía le quedaba a medida.

Se estaba ajustando los gemelos de la camisa frente al espejo del recibidor, cuando Verónica pasó «casualmente» toda despeinada, descalza y con un pantalón, que parecía nunca se quitaba.

Lo miró un rato antes de hablar.

—¿Te vas a tu cita?

—Sí.

—Bueno, diviértete, tú que puedes salir. Quizá vuelvas de buen humor y al fin me digas para qué me tienes aquí.

Con eso siguió su camino.

Él lo resintió. Quería fingir que no la había secuestrado, que estaba allí por obra de algún misterio. No quería recordar lo que le estaba haciendo y por eso se esforzaba. Por eso había comprado el ave y mentido que e

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