Al día siguiente tenía varias cosas que hacer, una nueva lista de tareas fuera de lo común. Y aunque me gustaba adaptarme a una rutina —o bien, quizá lo confundía con algo de tranquilidad—, lo cierto es que un cambio me sentaba bien.
Entre esas tareas estaba ir a la tienda para comprar la despensa. Un poco de aire libre me ayudaría a relajarme, a alejarme del caos que esta casa siempre creaba.
Después del escándalo de ayer, había seguido con mis obligaciones, aunque mucho más seria, más nerviosa. Incluso Arnold lo notó, pero aunque moría de ganas por preguntarme, me dio mi espacio.
Gracias a Dios no me crucé con Valentina el resto del día. Su amenaza aún no se había cumplido, al menos no por ahora.
Tampoco me topé con Alejandro; hizo menos ruido al irse que el que provocó al llegar. La verdad es que me sentía mal. Había reaccionado de manera horrible: todo se me vino encima y, sin pensar, dejé que todo cayera sobre él, cuando en realidad fue la primera persona que me defendió en este