Luca entró por la puerta, notando rápidamente que había una discusión en el lugar.
—¿Todo está bien? —me preguntó, dirigiendo una mirada acusadora a Alejandro.
—¿Tú quién eres? —le cuestionó el como respuesta, con un tono algo molesto.
—Trabajo aquí, soy el cocinero de esta familia y me parece, signore, que usted está molestando a mi compañera.
Alejandro inclinó la cabeza hacia un lado, mientras enarcaba las cejas, ligeramente confundido.
—Tu compañera está en buenas manos, ya puedes irte —dijo, indicándole la cocina con un movimiento de cabeza para deshacerse rápido de el.
Podía sentir cómo el aire se tensaba, y Luca no parecía ceder terreno.
—Me han dejado claro a quiénes tengo que obedecer en esta casa —contestó firmemente—. Usted no es uno de ellos.
—¿Perdona? —espetó Alejandro, esta vez enojado.
—Luca… —traté de interrumpir.
—¿También te enseñaron a hablarle así a los invitados? Porque tampoco es la mejor forma de conservar tu trabajo.
Todo parecía estar escalando cada