Isabella
Me llegó en un sobre de papel grueso, sellado con cera roja. Elegante. Clásico. Mafioso hasta la médula.
Una invitación para cenar.
Firmada por Antonio D’Angelo, uno de los capos más antiguos del norte. Un zorro disfrazado de caballero. Amigo de mi padre. Enemigo de la mayoría. Y ahora, al parecer, interesado en ver qué tan bien bailo entre cuchillos.
Me reí sin humor cuando abrí el sobre. Qué cliché: la heredera huérfana, invitada a la mesa del lobo justo después del entierro del león.
—¿Vas a ir? —preguntó Luca desde la puerta, su voz tan seca como su expresión.
Estaba ahí, como siempre. Sombra. Muro. Aliento frío en la nuca.
—Claro que voy —respondí sin mirarlo—. No quiero parecer débil.
—Yendo sola a su mansión, rodeada de sus hombres, pareces valiente. O suicida.
—¿Cuál prefieres tú?
Él no respondió. Solo caminó hacia mí, esa forma suya de avanzar sin ruido, como si fuera parte de la noche. Se detuvo a medio metro. Suficiente para oler su loción y sentir que el aire entre