Luca
No es fácil ser el guardaespaldas de la hija del capo. No lo es en ninguna parte del mundo, pero aquí, en esta familia, es aún más complicado. Más peligroso. Si me preguntan por qué lo hago, respondería que por lealtad, porque la familia Moretti me dio todo cuando no tenía nada. Pero sé que hay algo más. Algo que no me atrevo a admitir ni siquiera en mis pensamientos más oscuros. Esa mujer, Isabella, la hija de mi jefe, es la razón por la que cada día me despierto con el corazón más pesado.
La conozco desde que era una niña. La vi crecer, verla convertirse en la mujer que ahora está destinada a llevar el peso de toda la familia sobre sus hombros. No es la típica hija de mafioso, la que espera que el poder y la riqueza la hagan invulnerable. No. Isabella tiene algo más. Algo más peligroso. Una fuerza que la rodea, una que amenaza con consumirla si no tiene cuidado. Y yo, como su sombra, siempre observando desde la distancia, siempre a su lado pero nunca lo suficiente cerca.
Lo que más me duele es la forma en que me ve. Como un simple guardaespaldas, un perro guardián que está allí para protegerla, pero nunca para tocarla. Nunca para acercarse demasiado. Esa barrera invisible que he construido a lo largo de los años está ahí por una razón: ella es la hija del hombre que me sacó de la calle, que me dio un propósito. No puedo, no debo, cruzar esa línea.
Pero hay días en los que me cuesta más que nunca mantenerme en mi lugar. Y hoy… hoy es uno de esos días.
La reunión que acabamos de tener es un claro recordatorio de lo que me espera. Isabella ahora tiene la responsabilidad de gobernar a la familia, y yo… bueno, yo tengo que ser su protector. Pero ser su protector, mantenerla a salvo, se está volviendo más difícil a medida que el deseo crece en mi pecho. La vi sentada allí, entre los hombres de la familia, con esa mirada decidida en su rostro, como si supiera que su vida iba a cambiar para siempre, como si fuera consciente del sacrificio que le exigían, y no pude evitar preguntarme si ella sentía lo mismo por mí.
La tensión en la sala de reuniones había sido palpable, pero ahora, en este silencio que nos rodea en los pasillos de la casa, la atmósfera se vuelve aún más densa. Me encuentro de pie frente a la ventana de la sala de estar, mirando cómo las luces de la ciudad se reflejan en el horizonte. El sonido de pasos suaves detrás de mí me hace girar.
Isabella se aproxima, con su rostro impasible, pero sé que debajo de esa fachada de hielo hay un torbellino de emociones que ni ella misma puede controlar.
—Luca —dice, y su voz me atraviesa como un cuchillo afilado. Mi nombre sale de sus labios con una familiaridad que siempre me desconcierta. No debería estar tan cerca de mí, pero aquí está, y yo estoy aquí, incapaz de moverme.
—¿Qué pasa, Isabella? —La miro, pero mi voz es más fría de lo que quiero. No quiero que note lo que siento, no quiero que lo sepa. Si lo hace, todo estará perdido.
Ella se acerca un paso más, y luego otro. Siento cómo mi respiración se vuelve más pesada, como si mi cuerpo estuviera luchando contra una corriente invisible que me arrastra hacia ella.
—No puedo creer que todo esto esté sucediendo. —Su voz se quiebra por un segundo, y es como si todo el peso de su mundo cayera sobre ella de repente. Y yo, como siempre, me quedo allí, esperando que se recupere.
—Lo sé. —Mi respuesta es breve, calculada. No puedo dejar que se desmorone frente a mí. No puedo. No puedo permitirme sentir compasión por ella.
Pero al mirarla, esa chispa en sus ojos, esa mezcla de rabia y vulnerabilidad, me hace sentir una punzada en el pecho. La quiero. La quiero más de lo que debería.
—¿Vas a quedarte allí todo el día, Luca? —pregunta con una sonrisa tensa, como si intentara hacer una broma, pero la frustración en su voz es evidente.
No sé qué hacer. No sé cómo reaccionar. Todo en mi cuerpo me grita que me acerque a ella, que la toque, que la calme, que le diga que todo va a estar bien, pero sé que eso sería una mentira. Y yo nunca miento.
Me doy vuelta, obligándome a mantener la distancia. Es más fácil así. La miro a los ojos, con esa frialdad que siempre he utilizado como escudo.
—No te va a ser fácil, Isabella. Lo sabes, ¿verdad? —No sé por qué le pregunto esto, tal vez para ver si realmente entiende lo que se viene, tal vez para probar si está preparada para todo lo que va a perder.
Ella no responde de inmediato. Solo me observa en silencio, y por un segundo, siento que me está evaluando. Como si estuviera viendo a través de mí, buscando algo, cualquier cosa que me hiciera más humano ante sus ojos. Y eso me asusta. Porque si ella llega a ver lo que realmente soy, si llega a ver lo que siento, todo esto se va al infierno.
—Lo sé —responde finalmente, su voz más firme ahora, aunque todavía hay algo en su mirada que me hace dudar.
Cierro los ojos por un momento. El deseo que siento por ella, esa atracción que he reprimido durante años, es casi insoportable. Quiero acercarme, quiero tomarla entre mis brazos, susurrarle que todo estará bien. Pero sé que no puedo. No debo.
La tensión en el aire entre nosotros se vuelve insoportable, como un cable a punto de romperse. Ninguno de los dos se mueve. Ambos estamos atrapados en este espacio invisible que hemos creado, una barrera que ninguno de los dos quiere romper, pero que ninguno de los dos puede soportar.
Es ella quien finalmente da un paso hacia mí, y yo, malditamente, no retrocedo. Sus ojos se encuentran con los míos, y por un momento, el mundo se detiene. Hay algo entre nosotros que no puedo describir, algo más allá de la atracción física, algo mucho más peligroso.
Ella está tan cerca que puedo oler su perfume, sentir el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel. Todo lo que quiero hacer es tocarla, pero me detengo. Porque si lo hago, si cruzo esa línea, no habrá vuelta atrás.
—Luca… —dice, y su voz suena como un susurro, pero se siente como un grito en mi alma. Es el momento. El momento en que todo podría cambiar.
Mis dedos tiemblan, pero no la toco. No puedo.
—No hagas esto, Isabella. No… no lo hagas. —Mis palabras salen más suaves de lo que pretendía, casi suplicantes.
Ella se aleja lentamente, como si fuera una prueba, como si quisiera ver hasta dónde llegaría. Mi corazón late con fuerza, y sé que este es el punto de no retorno.
—Lo siento, Luca. —Sus palabras son un susurro, y luego se da la vuelta, alejándose de mí.
Me quedo allí, con las manos empapadas de sudor, el pecho hirviendo de deseos reprimidos y la mente rota por la conciencia de lo que está por venir.