El aire en el coche era pesado, denso con las palabras no dichas de la cena. Liam conducía con las manos firmes sobre el volante, su rostro iluminado por las luces de la calle. Elías miraba por la ventana, la mansión del abuelo de Liam desapareciendo en la distancia. El silencio no era incómodo, sino expectante, como si ambos estuvieran conteniendo la respiración.
"Puedes quedarte en mi casa esta noche", dijo Liam, rompiendo el silencio. "Ya es muy tarde para que regreses a la tuya".
Elías lo pensó por un momento. La idea de pasar la noche bajo el mismo techo que Liam era a la vez inquietante y extrañamente emocionante. "Está bien, pero tengo que llamar a mi mamá", dijo, sacando su teléfono. Con el corazón en la garganta, marcó el número de su madre y le inventó una historia sobre un proyecto de último minuto de la universidad que lo obligaría a quedarse en casa de un amigo.
Cuando llegaron al penthouse de Liam, Elías se sintió aún más intimidado. El espacio era una extensión de Liam: minimalista, con líneas limpias y vistas panorámicas de la ciudad. Era el lugar donde el hombre de negocios se retiraba, sin el peso de su doble vida. Liam lo dirigió a su habitación, un espacio tan amplio y sobrio como el resto de la casa. Elías se paró en la puerta, sintiéndose como un intruso.
"No te preocupes. Puedes tomar un baño. Hay ropa limpia para ti en el clóset", dijo Liam, señalando el baño privado. "Puedes quedarte con mi lado de la cama. Yo dormiré en el sofá".
Elías se sorprendió por la amabilidad. No era el gesto de un hombre de negocios, sino el de alguien que se preocupaba. "No tienes que hacer eso", dijo, tratando de sonar distante.
"Lo haré. No quiero que te sientas incómodo. Además, no quiero que mi abuelo piense que estoy jugando con esto", dijo Liam.
"No te preocupes. Entiendo. Gracias". Elías sintió un escalofrío en la espalda. Liam estaba dispuesto a todo para ganarse la confianza de su abuelo, incluso compartir su cama.
Cuando Liam regresó a la habitación, Elías ya estaba en la cama, cubierto hasta la barbilla. Liam se sentó en el sofá, encendió un cigarrillo y lo miró. La luz de la luna iluminaba el rostro de Elías, revelando la vulnerabilidad que ocultaba detrás de su fachada de rebeldía. Y en ese momento, una nueva emoción se apoderó de Liam. No era solo excitación o curiosidad, era algo más profundo, algo que no podía nombrar.
"No tienes que estar tan lejos de mí", dijo Liam, una sonrisa suave en sus labios. "Podemos fingir que no estamos en el mismo lugar".
Elías no dijo nada, pero sus ojos estaban fijos en él. Y Liam supo que ese era el inicio del juego.
Liam terminó su cigarrillo y se levantó. Apagó las luces de la habitación, dejando solo la tenue luz de la luna. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, manteniendo una distancia segura.
"Mi abuelo no me acepta a nadie en mi vida", dijo Liam, su voz era un susurro en la oscuridad. "Solo quiere que esté con alguien que entienda el peso de mi mundo".
"¿Y crees que yo lo entiendo?", preguntó Elías.
"Lo sé. Tú también vives en dos mundos. El mundo de tu familia y tu pandilla. Es un infierno, ¿verdad?", preguntó Liam, sin esperar una respuesta. "Es vivir una vida que no quieres, con la esperanza de que un día puedas ser libre".
Elías se sentó en la cama, acercándose un poco más a Liam. "Me dijiste que no querías que te controlara. Que yo sería libre".
Liam sonrió. "Y lo serás. Pero antes de eso, tienes que ser honesto conmigo".
Elías sintió un escalofrío. "Honesto, ¿sobre qué?"
"Sobre tu miedo", susurró Liam. "Lo vi en la gala, lo vi cuando llegaste a mi casa, y lo veo ahora. ¿Qué es lo que te asusta, Elías?".
"Me asusta perder mi libertad", respondió Elías. "Me asusta que mi vida ya no me pertenezca".
Liam se rió suavemente. "Nunca te perteneció. Solo te prestaste para una vida de soledad. Ahora, conmigo, vas a tener el control. Tú vas a ser el que decida qué haces con tu vida".
Elías se sorprendió. No era una mentira, era la verdad. Lo que Elías creía que era una vida de libertad era en realidad una vida de soledad. Liam se acercó a él, y por un momento, Elías no sintió miedo, sintió una conexión.
"No te prometo una vida fácil", dijo Liam. "Pero te prometo que nunca estarás solo de nuevo".
Elías y Liam se miraron, la distancia entre ellos ya no era un obstáculo, sino un puente que podían cruzar.
La respiración de Elías se aceleró ante la cercanía de Liam. La luz de la luna dibujaba sombras suaves en su rostro, resaltando la intensidad de sus ojos oscuros. Sin pensarlo, Elías se acercó un poco más, rompiendo el último vestigio de distancia entre ellos. Sus manos se encontraron, un contacto electrizante que recorrió sus cuerpos. La tensión que había estado acumulándose entre ellos durante días finalmente se liberó, como un largo suspiro.
El beso fue lento al principio, exploratorio, como si ambos tuvieran miedo de romper la delicada barrera que los separaba. Pero pronto, la vacilación desapareció, reemplazada por una urgencia apasionada. Sus cuerpos se acercaron, buscando el contacto. En la quietud de la habitación, susurros y el suave roce de la ropa se volvieron los únicos sonidos.
En ese momento, en la quietud de la habitación, bajo la luz de la luna, Liam y Elías encontraron un punto de conexión inesperado, un instante de verdad en medio de su elaborado juego de apariencias. No era solo la atracción física, que era innegable, sino un anhelo de ser vistos más allá de sus máscaras. Elías se aferró a Liam, sintiendo el calor de su piel, el latido de su corazón. En ese abrazo, no había un CEO o un líder de mafia, solo un hombre que necesitaba a alguien que lo entendiera.
Liam, por su parte, se sintió abrumado por la oleada de emociones. Había pasado tanto tiempo construyendo muros a su alrededor, que no sabía cómo reaccionar ante la calidez de Elías. Sus caricias eran firmes, casi posesivas, como si temiera que Elías fuera a desaparecer si lo soltaba. Sintió una profunda necesidad de protegerlo, no de la policía, sino de su propio mundo. Por primera vez en años, Liam no se sintió solo.
Elías cerró los ojos y se acurrucó en los brazos de Liam. El miedo, la soledad y la culpa que había cargado durante tanto tiempo se desvanecieron. Sentía una paz extraña, un sentido de pertenencia que nunca había experimentado en su vida de lujos o en la pandilla. Estaba en los brazos de un hombre peligroso, un hombre que no conocía, y sin embargo, se sentía más seguro que nunca.
La intimidad que compartían era un secreto que solo ellos conocían.
Sin embargo, la fragilidad de su incipiente conexión no duraría. A la mañana siguiente, el sonido insistente del teléfono de Liam rompió la calma. Era un mensaje encriptado, un aviso urgente. Liam se levantó de la cama de un salto, su rostro ahora serio y preocupado.
"Tenemos un problema", dijo Liam, su mirada fija en la pantalla del teléfono. "Hay movimientos. Alguien está intentando desestabilizar una de nuestras operaciones. Y no es alguien pequeño".
Elías se sentó en la cama, el recuerdo de la noche anterior contrastando bruscamente con la urgencia en la voz de Liam. "¿Qué... nuestro problema?".
Liam lo miró, y por primera vez, Elías vio en sus ojos una vulnerabilidad genuina, una necesidad de apoyo que trascendía su fachada de hombre poderoso. "Sí, nuestro problema. Esto nos afecta a los dos ahora".
Elías se sentó en la cama, la calidez de la noche anterior desvaneciéndose ante la gravedad en el rostro de Liam. "Nuestro problema, ¿qué significa eso?".
Liam no respondió de inmediato. Se acercó a una mesa, encendió una lámpara y le mostró la pantalla de su teléfono a Elías. "Alguien intentó robar información de uno de mis servidores. Los datos de mis empresas, de mis socios... y de mi gente".
Elías miró la pantalla. Los códigos eran complejos, pero familiares. Reconoció la firma de un hacker de élite. Había pasado la mayor parte de su vida con su pandilla, y sus habilidades en la informática habían sido la forma de conseguir lo que querían. En la calle, eran su arma secreta.
"¿Y qué tienes que ver tú en todo esto?", preguntó Liam.
"Yo... soy bueno con las computadoras", respondió Elías, dudando. No quería revelar su verdadera identidad, su otra vida.
"Ya lo sé", dijo Liam, su voz gélida. "No estás aquí para jugar. Lo que te pedí no es un juego. ¿Qué hiciste?".
Elías se sorprendió. Su fachada de pandillero y chico de alta sociedad se estaba derrumbando. Liam no solo quería que fuera su pareja, sino que también lo necesitaba. Elías tragó saliva y se sentó en la cama.
"No soy solo un pandillero", le dijo a Liam. "Soy un hacker. Conozco estos códigos. Sé quién los escribió".
Liam lo miró, incrédulo. Elías, el chico de la pandilla, era el eslabón perdido que unía el mundo de la alta sociedad y el mundo de la calle. Era un espía. Era el hombre que lo podía ayudar.
"¿Quién es?", preguntó Liam.
"No lo sé. La firma es anónima. Pero sé que es uno de los nuestros", respondió Elías, su mirada fija en la de Liam.
"Entonces, ¿me vas a ayudar?".
"Te ayudaré, pero con una condición", le dijo Elías. "Yo estoy en control de la operación. Y si las cosas se ponen feas, nos vamos. No quiero ser parte de tu mundo. Solo quiero ayudarte a salir de este problema".
Liam lo miró por un momento. La audacia de Elías lo había sorprendido una vez más. Aceptó sin dudar. Elías, el pandillero, era ahora el CEO.