Elías no perdió el tiempo. Con el teléfono de Liam aún en la mano, la imagen de su madre en el comedor era como una quemadura en su retina. La foto no era solo una amenaza; era una declaración. Ates había entrado en el único santuario que le quedaba a Elías: su familia.
"Tenemos que irnos. Ahora", le dijo a Liam, su voz tensa. "Mi padre. Ates ya está en su casa. O lo estuvo".
Liam, su mente ya en modo de combate, se puso de pie. "Mi equipo se encargará. Tienen órdenes de rodear la mansión Antonegra. Nadie entra, nadie sale. Pero no podemos confiar solo en eso".
Elías se dio cuenta de la fría realidad. Ates no estaba buscando un simple tiroteo. La foto no era un ultimátum, sino un mensaje cifrado que solo los hombres de poder entenderían. Liam, su padre, y ahora Elías, estaban en el tablero.
"Mi padre..." Elías se detuvo, pensando. "Él tiene sus propios contactos. Es un hombre poderoso.
Liam asintió. "Un hombre como el Señor Antonegra tiene sus propios fantasmas. Si Ates ha regresado