El reloj marcaba las diez de la mañana, y la oficina de Liam era un santuario de poder. Liam se encontraba detrás de su escritorio de caoba pulida, el brillo de su computadora reflejándose en sus ojos. Un golpe en la puerta interrumpió la monotonía del silencio.
"El señor Elías Torres", anunció su secretaria con una voz que implicaba la importancia del visitante.
Liam se levantó. Elías entró en la oficina impecablemente vestido con un traje de corte perfecto y el cabello bien peinado. Lucía como el digno heredero de una de las familias más influyentes del país, una figura que encajaba perfectamente en el mundo de los negocios. Pero, como Liam sabía, todo era una fachada.
¿Podrías darnos un momento?, pidió Liam a su secretaria, sin quitar la mirada de Elías.
Cuando la puerta se cerró, el aire se volvió pesado. Elías dejó un maletín sobre el escritorio y lo abrió, revelando una simple tablet. Ignoró la silla que se le ofrecía y, de pie, proyectó la pantalla en el televisor de la pared.