El sonido sordo de la puerta al cerrarse fue el único testigo del silencio que se impuso entre ellos. No porque faltaran palabras, sino porque ninguna era necesaria.
Jacob rodeó a Valery con los brazos y la sostuvo en un abrazo largo, y en ese instante, Valery sintió una punzada en el pecho.
No estaba acostumbrada a esa clase de contacto, cálido, confiado, sin miedo ni deseo de dominio.
"Así no abrazan los de mi mundo... así abrazan los que aún creen en el alma," pensó, dejando que ese contraste la estremeciera por dentro, templado, como si con él pudiera contener todo lo que el mundo ya no les permitiría ignorar.
El calor de sus cuerpos contrastaba con el aire nocturno que aún vibraba en la madera de la cabaña. Había algo sagrado en esa pausa, en esa manera en que los ojos hablaban sin necesidad de frases, ella lo miró como si su rostro fuera un puerto seguro tras siglos a la deriva, y él la sostuvo como si supiera que esa noche tenía el poder de cambiarlo todo.
Jacob le sirvió vino