Primavera.

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Caminé por los interminables pasillos del palacio, tratando de encontrar el camino de vuelta a la biblioteca. Cada giro parecía llevarme a un lugar que ya conocía; tras lo que me parecieron veinte minutos, sentía que estaba dando vueltas en círculos interminables. Este lugar era un laberinto; tan enorme que cualquier mapa mental que intentara formar se deshacía a cada paso.

Ya no tenía sentido seguir vagando sin rumbo, y lo peor era la vergüenza de tener que preguntar a los guardias. Imponían un respeto que rozaba el miedo, y no estaba dispuesta a admitir que estaba perdida. Perder a Catherine había sido una pésima idea.

Suspiré, agotada y frustrada, cuando de repente una risita burlona rompió el silencio detrás de mí.

No necesité girarme para saber quién era.

—¿Perdida, niña pelirroja? —dijo Ezra, con su