Despertarme temprano siempre había sido de las cosas que más detestaba; sin embargo, no tenía opción si quería aprovechar las últimas horas antes de partir. Después de una semana increíble, hoy tocaba regresar al palacio. Pero antes había algo que debía hacer.

El aire de la mañana olía a tierra húmeda y a hojas recién lavadas. A cada paso los recuerdos se despertaban: los árboles seguían frondosos, las casas conservaban su aspecto rústico y acogedor, el viento acariciaba la ruta como lo había hecho siempre.

Todo parecía igual… salvo yo.

Había cambiado.

Antes caminaba por estos senderos como una chica desesperada en busca de un lugar en el mundo. Ahora no sabía bien quién era. Aun así, me movía con decisión: visitar a la señora Patricia era lo último que me faltaba. Ella me había ofrecido mi primer trabajo y, en cierto modo, me había tendido la mano cuando nadie más lo hizo. No podía marcharme sin verla.