୧ XCVII ୨

Ezra, sin embargo, parecía incapaz de calmarse. La ansiedad le devoraba desde dentro, como una bestia sin cadenas.

—¡Eres el médico! —soltó de pronto, su voz cargada de rabia y desesperación—. ¡Ven y revísala! ¡No te quedes ahí sentado como un idiota!

Sus palabras cortaron el aire como un látigo.

Levanté la mirada hacia él, conteniendo el impulso de responderle con el mismo tono. Mis manos se cerraron en puños sobre mis rodillas mientras me obligaba a respirar hondo.

Llevaba días sin dormir, sin comer, sosteniendo a duras penas una calma que se me escurría entre los dedos. Pero Ezra tenía un talento especial para ponerla a prueba.

—Baja la voz, Ezra —le advertí con firmeza, sin alzar la mía—. Hay otros enfermos en este lugar, y tus gritos no van a curar a nadie. Además… —lo miré con cansancio, apartándome un mechón de cabello que se había pegado a mi frente— eso era exactamente lo que estab
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