Las siguientes noches pasaron en un silencio absoluto.
Durante tres días enteros, no hablé con nadie. No salí de mi habitación. Mi madre y Aisha entraban de vez en cuando para dejarme algo de comida, pero no intentaban forzarme a hablar. En cuanto a mi padre… Bueno, supongo que para él ya había tomado una decisión por mi cuenta. Y ahora, me quedaban solo dos opciones. Aceptar. O convertirme en la prenda de cambio de mi padre. Esa ultima noche la pasé en vela. Pensando. Dándole vueltas una y otra vez a la misma pregunta. Para cualquiera, la decisión sería obvia. Cualquiera diría que estoy loca por siquiera dudar. Pero… ¿cómo podría simplemente marcharme? ¿Cómo podría dejarlas solas con ese monstruo? Si me quedo, mi madre y mi hermana seguirán sufriendo bajo su yugo. Pero si me voy… Si me niego a irme con Noah, mi destino ya está escrito: Un matrimonio forzado con algún viejo repugnante. Un golpeador. Un hombre tan miserable como mi padre, pero con el derecho de poseerme. No hay salida fácil. El galope de los caballos rompe el silencio de la mañana. Mi corazón da un vuelco. Me levanto de la cama con el cuerpo pesado por la falta de sueño y camino hacia el espejo. Mis ojos están apagados, pero no tengo tiempo de preocuparme por eso. Aliso mi viejo vestido, respiro hondo y salgo de la habitación. Cuando llego a la entrada, mi madre ya está allí. Tiene la mano en la puerta, pero sus dedos tiemblan. Sabe lo que está a punto de suceder. Cuando finalmente la abre, Noah entra sin dudarlo, con su andar seguro y su expresión imperturbable. No saluda. No mira a nadie más. Camina directo hacia mí. —No me hagas perder el tiempo. —Su voz es firme, carente de emoción—. Dime cuál es tu decisión. Mi madre contiene la respiración. Yo… exhalo lentamente. Pasé días sin dormir, devorada por la incertidumbre. Pero ahora, de pie frente a Noah, lo sé. No haré lo mismo que mi hermana mayor. No dejaré pasar esta oportunidad. No permitiré que la vida de mi madre y mi hermana siga siendo una pesadilla. Incluso si debo entregarme a lo desconocido. —No hay necesidad de esperar. —Levanto el rostro, mirándolo directo a los ojos. Yo ya tomé mi decisión. —Quiero ir. Las expresiones de mis padres no podrían haber sido más opuestas. Mi madre tenía los ojos llenos de tristeza. En cambio, mi padre lucía una sonrisa repugnante que se ensanchaba a cada segundo, seguramente imaginando cómo despilfarraría el dinero que recibiría mensualmente. Yo, por mi parte, mantenía una expresión neutral. No me permití sentir nada. Ya había asumido hace tiempo que nunca me casaría por amor, pero incluso así, este escenario parecía sacado de una pesadilla improbable. Mis pensamientos se interrumpieron abruptamente cuando el sirviente de la emperatriz habló. —Mañana, al amanecer, vendrá un carruaje para llevarte al palacio. Prepara tus pertenencias y no hagas esperar a nuestra señora. Si aún no estás segura puedes pensarlo un poco más y retractarte. Su tono era tan frío y directo como siempre. Ni una palabra extra, ni una mirada de empatía. Apenas asentí con la cabeza mientras él me observaba por última vez antes de girarse elegantemente y abandonar la casa. El silencio fue roto por la voz temblorosa de mi madre. —Aylen, cariño, no debiste tomar una decisión tan apresurada. Te vas a arrepentir de esto... —susurró con preocupación. Antes de que pudiera responder, mi padre levantó la voz con desprecio. —¡Cállate! Por fin la mocosa hace algo útil para la familia. Sea lo que sea que debas hacer, hazlo bien. Y más te vale no enfurecer a nuestra señora. No esperó una respuesta; simplemente salió, dejando tras de sí un aire pesado. —Hermana... —comenzó Aisha con un hilo de voz—. Por favor, piénsalo una vez más. Podemos encontrar otra solución. Juntas. —Ya tomé mi decisión —respondí con firmeza, mirándola a los ojos—. Esto es lo mejor para todas. Si voy al palacio, tendré la oportunidad de sacarlas de aquí y darles una vida digna. Lejos de ese hombre. Aisha abrió la boca para replicar, pero la detuve con un gesto. —Haré lo necesario para agradar a nuestra señora, cueste lo que cueste. Sacrificaré lo que sea, para que ustedes estén a salvo. Una débil sonrisa se dibujó en mi rostro al decirlo. Aunque por dentro el miedo se enredaba en mi pecho, no podía permitirme mostrarlo. No había muchas opciones. Esta era, sin duda, la menos cruel de todas. —Quiero despedirme de la señora Patricia y de Ágatha —dije tras un breve silencio. —Puedes ir —respondió mi madre, su voz apenas un susurro. Me giré hacia la puerta, sintiendo cómo el peso de la decisión caía sobre mis hombros con cada paso. Pero si era por ellas, por mi madre y mi hermana, entonces estaba dispuesta a cargarlo. Ժ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ —¿Estás completamente segura de que esto es lo que quieres? —preguntó Aisha por enésima vez, su voz cargada de preocupación. El día se había escapado como arena entre los dedos. Logré despedirme de la señora Patricia y su sobrina, ambas emocionadas pero tristes por mi partida. Pasé las horas restantes conversando con mi madre, quien, por primera vez, decidió no ir a trabajar. La noche llegó demasiado rápido, y tras una cena ligera, me encontraba en mi habitación, teniendo lo que probablemente sería mi última conversación con Aisha antes de partir. —Estoy decidida, Aisha. No hay vuelta atrás. Te prometo que me cuidaré y no pasará mucho tiempo antes de que volvamos a vernos. Haré lo que sea necesario para que nuestra madre viva cómoda y, si puedo, te traeré conmigo al palacio —dije con una sonrisa que intentaba tranquilizarla, aunque mis propias manos temblaban. —Solo quiero que estés bien... —murmuró ella, bajando la mirada—. No sé exactamente qué clase de trabajo hace el harem de la emperatriz, pero... creo que es algo... de índole sexual. Las últimas palabras salieron apenas en un susurro, como si decirlas en voz alta hiciera el rumor más real. Los rumores sobre nuestra soberana siempre habían sido oscuros y contradictorios. Decían que su harem era un lugar de opulencia y degradación, donde las personas más hermosas eran secuestradas para su diversión. Algunos aseguraban que obligaba a sus súbditos a mantener relaciones íntimas con ella o entre ellos para su entretenimiento. —No puedo guiarme por rumores —respondí con firmeza, intentando convencerla... y convencerme a mí misma—. Han sido amables conmigo, Aisha. No intentaron llevarme a la fuerza, aunque nuestro padre se los exigió. Eso tiene que significar algo. —¿Y qué hay de las historias que dicen que es despiadada? Que no tiene sentimientos y mata a quien se cruce en su camino. También dicen que es una mujer gorda y obesa, incapaz de caminar por sí misma, que pasa todo el día sentada en su trono, dando órdenes mientras se atiborra de dulces. —¡Ya basta! No me asustes. Son solo rumores... Nada de eso tiene por qué ser cierto. Ahora, es mejor que intentemos dormir. Mañana me espera un día muy largo. Aisha suspiró, resignada, y se recostó a mi lado. En cuestión de minutos, su respiración se volvió pausada, indicando que había caído dormida. Yo, en cambio, no tuve tanta suerte. La presión en mi pecho era insoportable, y los pensamientos sobre lo que me esperaba en el palacio me mantuvieron despierta hasta altas horas de la noche.