Mi mente asimilaba la información a toda velocidad. Aún sin saber exactamente qué significaba "formar parte del harem", una pregunta ardía en mi interior.
—¿Qué sucede si acepto? ¿Y qué ocurre si no lo hago? Noah me sostuvo la mirada antes de responder. —Si rechazas la oferta, seguirás con tu vida como hasta ahora. Tus padres elegirán para ti un esposo horrible, que te verá como una simple posesión. Pasarás tus días atrapada en tareas domésticas, tu único propósito será darle hijos, y cuando envejezcas o se encapriche con una mujer más joven, te abandonará. Con suerte, recibirás unas cuantas monedas y un pedazo de tierra. Si muere antes que tú, puede que te vuelvas a casar… o simplemente terminarás sola, preguntándote qué hacer con los últimos años de tu vida. Sus palabras golpeaban con la dureza de la realidad que tantas mujeres enfrentaban. —En cambio, si aceptas, vivirás en el palacio. Vestirás las telas más finas, portarás joyas exquisitas, y tendrás acceso a los mejores manjares sin preocuparte por el hambre. No volverás a realizar labores domésticas; en su lugar, habrá sirvientes a tu disposición día y noche. Hizo una pausa antes de soltar la parte más impactante. —Además, recibirás una mesada mensual de cien monedas de bronce, cincuenta de plata y treinta de oro para gastar en lo que desees. Y dependiendo de cuánto le agrades a nuestra señora… esa cantidad podría aumentar. Mis pensamientos se detuvieron de golpe. Cien monedas de bronce era más de lo que mi madre ganaba en tres meses de arduo trabajo en la panadería. Noah hablaba con una seguridad inquebrantable, pero aún había algo que no entendía del todo. ¿Qué significaba exactamente "servir a su señora"? Las promesas de riqueza y comodidad eran tentadoras, ridículamente tentadoras… pero no podía ignorar la sensación de que había algo más. Algo que no estaba diciendo. Y tenía tres días para averiguarlo. —Tu familia también recibirá una mesada mensual. Y no solo eso… si logras ganarte el favor de nuestra señora, recibirán regalos costosos, tanto ellos como tú. Las palabras de Noah apenas habían salido de su boca cuando vi cómo el rostro de mi padre se iluminaba. Sus ojos brillaban con una codicia tan evidente que me repugnó. —Por supuesto que irá. Puedes llevártela ahora mismo. —¡Emil! —reprochó mi madre con un nudo en la garganta. Nada de esto me sorprendía. Desde el momento en que mencionaron dinero, mi padre seguramente ya había hecho una lista mental de todos los alcoholes y mujeres en los que podría gastarlo. Pero Noah no se inmutó ante su desesperación. —La decisión es única y exclusivamente de ella. —Su tono era cortante, como si estuviera acostumbrado a estos escenarios—. Si no está de acuerdo, no puede ir. Son las reglas impuestas por nuestra señora. Solté un suspiro sin darme cuenta. Si por mi padre hubiera sido, ya me habría vendido sin dudarlo. —Volveré en tres días. Para entonces, espero tu respuesta. Sin más que decir, se dio la vuelta y salió con paso calmado. Mi madre, aún nerviosa, lo acompañó hasta la puerta. Pero en cuanto Noah desapareció por la calle, mi padre explotó. —Irás con ese hombre. Este es el momento en que demostrarás tu valía como mujer. —¡Ya escuchaste lo que dijo! —intervino mi madre, enfrentándolo con firmeza—. Si ella no quiere, no pueden obligarla. —De todas formas, ese hombre tiene razón. —Mi padre escupió las palabras con desprecio—. Uno de mis amigos vio a Aylen el otro día y me dijo que le gustaba. Se quiere casar con ella. Mis músculos se tensaron. —Aún no le he dado una respuesta, pero pensaba decirle que sí de todas formas. —Me miró fijamente, como si ya hubiera decidido mi destino—. Si no vas a servirle a la Emperatriz Nuriel, entonces te casarás con él. Dicho eso, se giró y salió de la casa, cerrando la puerta de un portazo. Silencio. Mi madre dejó escapar un tembloroso suspiro antes de voltearse hacia mí. —No te preocupes. No permitiré que te obligue a casarte con ninguno de sus asquerosos amigos. Pero ambas sabíamos la verdad. —No puedes evitarlo, madre. —Mi voz sonó más resignada de lo que esperaba—. Y aunque lo hagas… ese hombre tiene razón. Ella me miró con dolor en los ojos. —Al final, terminaré casándome con el primer hombre medianamente acomodado que acepte dar un precio por mí. Esa era la cruel realidad. Mi vida no me pertenecía. Nunca lo había hecho. —No te estreses. —Suavizó su tono, como si intentara aliviar un poco el peso de la situación—. Piénsalo bien y decide. Dicho eso, se retiró a la cocina. Yo, en cambio, caminé hacia mi habitación con pasos pesados. Cuando abrí la puerta, me encontré con Aisha de pie, con una expresión tensa. —¿Escuchaste todo? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. —Sí. Suspiré y me dejé caer en mi duro colchón, sintiendo la pesadez de todo lo que acababa de suceder. Aisha cerró la puerta con cuidado y arrastró su colchón junto al mío antes de sentarse a mi lado. —No quiero ir. —La confesión salió en un susurro. —Los pretendientes le sobran. —Su voz era baja, pero segura—. Y, sin embargo, solo un pequeño grupo de individuos tiene la oportunidad de entrar en su paraíso. Me giré para mirarla. —Cualquier persona que razone desearía formar parte de su harem. —Me sostuvo la mirada—. Y tú, teniendo la oportunidad única de hacerlo… ¿te niegas? Las palabras de Aisha quedaron flotando en el aire. Había escuchado todo tipo de rumores sobre la Emperatriz. Pero hasta ese momento, nunca les había prestado demasiada atención. Ahora, estaba atrapada en ellos.