୧ CXXVIII ୨

Instintivamente intenté ponerme de pie para hacer una reverencia, pero Nora posó una mano firme sobre mi brazo, impidiéndome el movimiento.

Sus ojos me advirtieron que no era necesario.

Zariel se inclinó en una reverencia que rozaba la burla frente a Nuriel, quien no se inmutó. Antes de que pudiera abrir la boca, Nora, con su habitual carácter, tomó la palabra.

—Zariel, que seas un príncipe no te da derecho a aparecerte por aquí cada vez que te place. ¿Es que no tienes modales? —Su tono era severo, pero también cargado con esa familiaridad que solo los años de convivencia otorgan.

El príncipe sonrió, encogió levemente los hombros y replicó con desdén.

—Tranquilo, hombre. He venido sin avisar porque era lo más inteligente, hermana —miró fijamente a Nuriel—. He venido personalmente a darte las respuestas de tu carta.

El cambio en su voz fue evidente. La ligera burla desap
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