—Te presentaré su cadáver —susurró Uriel, con una voz ronca y venenosa que se deslizó como una serpiente por mi oído—. Y veremos si sigues con esa sonrisa cuando te obligue a besar su frente fría.
Su mirada ardía con un brillo oscuro, un fuego cruel que se alimentaba de mi dolor.
—Cuando todo esto termine... —sus labios se curvaron en una sonrisa que me heló la sangre—. Me voy a divertir bastante contigo.
Sus palabras eran un veneno que buscaba corroerme desde dentro, pero no aparté la mirada. No le daría el gusto de ver el miedo en mis ojos. Aunque mi cuerpo temblara, aunque el corazón me latiera con fuerza desbocada, me negué a ceder.
Finalmente me soltó.
Lo hizo con un brusco tirón que hizo que mi cabeza chocara contra la pared de piedra. El golpe resonó en mi cráneo, y un dolor agudo se extendió por mi cuero cabelludo, pero no solté ni un gemido.
Me limité a respir