—Puedes hacer lo que quieras… —susurré con una sonrisa amarga, casi torcida por el dolor—… pero nunca serás como ellos. Y eso es lo que realmente te atormenta, ¿verdad?
Por un segundo, vi la furia cruzar su rostro como un relámpago. Fue fugaz, casi imperceptible, pero suficiente para que supiera que había tocado una herida profunda.
Uriel se incorporó de golpe, recomponiendo su fachada de superioridad. Cada gesto estaba medido, cada músculo en tensión para no mostrar debilidad.
—Qué pena… Me gustabas —dijo con voz fría, cortante—. Veremos cuánto dura esa lengua afilada cuando el hambre y el dolor te consuman.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Su comentario no era solo amenaza; era un intento de quebrarme, de despojarme de todo lo que quedaba de fuerza en mí.
Pero no cedí.
—Cuando todo esto acabe —continuó, su v