La encontré en una torre olvidada, oculta tras una biblioteca polvorienta de la Fortaleza de Brannai. El aire olía a pergaminos viejos, a cera derretida, a secretos que se niegan a morir.
Un pasadizo tras un estante cedió con un crujido sordo, revelando escaleras en espiral que descendían en penumbra. Bajé sin pensarlo. Como si mis pies supieran algo que mi mente aún no.
Al final del descenso, una sala circular se abrió como una boca silenciosa. Y allí, contra la pared del fondo, descansaba un espejo.
No era grande, pero tenía algo... antinatural. Su marco era de un metal que no reconocí, con relieves de lunas rotas y ojos cerrados. No reflejaba el entorno, ni siquiera mi rostro cuando me acerqué.