La noche que Cassian murió, algo dentro de mí también lo hizo.
No fue solo el estremecimiento de ver cómo alguien que consideraba un hermano se consumía en su propia desesperación. No fue solo la carta, ni las verdades envenenadas que dejó tras su traición. Fue la revelación brutal de que todo por lo que había luchado podía no ser más que una fachada. Un juego de poder y manipulación tan retorcido como aquello contra lo que juramos luchar.
Desde entonces, no volví a dormir tranquila. Ni a confiar del todo.
Los días se volvieron una prisión disfrazada de deber. Sonrisas fingidas, consejos velados, órdenes disfrazadas de sugerencias. La Alianza me rodeaba como un anillo in