―¿Quieren tomar algo? ―Julian pregunta.
Inspirando profundamente, Giorgia asiente con entusiasmo.
―Dios, sí —dice Emily, que parece algo sofocada.
Pasan a la barra, que parece estar hecha de ónix retro iluminado. Gracias a su ligera curvatura cóncava, todos los que están en la barra pueden ver y ser vistos. Pronto se acerca un mesero y, tras escanear sus pulseras, piden un Manhattan para Emily, un Cosmopolitan para Giorgia y dos whiskys para los hombres.
En cuanto tiene la copa en la mano, Giorgia da un largo sorbo para calmar los nervios que le quedan, luego se da la vuelta para poder apreciar mejor lo que le rodea. Todo el local destila decadencia. Las luces tenues se reflejan en los paneles de cristal negro que cubren la pared de detrás de la barra, en las botellas de licor colocadas en las estanterías y en las lámparas de cristal que cuelgan del techo.
Las máscaras que llevan los demás invitados son similares a las de ellos, aunque de diseños muy variados. Hay máscaras de animal