Julian no tarda en empujar la puerta de la oficina de su padre, todavía abierta tras el portazo que ha dado Barron Hill al salir. El aire en la habitación está denso, cargado con la tensión que ha quedado suspendida. Joseph, aún sentado tras el escritorio, cierra la caja de puros con calma fingida, como si nada hubiera ocurrido.
—¿Qué demonios pasó aquí? —pregunta Julian, sin rodeos, entrando con paso rápido y voz firme—. Acabo de encontrarme con Barron Hill en el pasillo y estaba furioso por algún motivo que seguramente tú eres culpable.
Joseph levanta la vista, arqueando una ceja con aparente tranquilidad.
—Ya no hay sociedad entre nosotros.
Julian se queda inmóvil unos segundos, sin dar crédito a lo que está escuchando.
—¿Qué? —murmura contrariado, sintiendo que el suelo debajo de él de repente se vuelve como arenas movedizas—. ¿Cómo que ya no hay sociedad?
—La terminó él mismo —responde su padre, con un encogimiento de hombros despreocupado—. Vino hasta aquí para decirlo.
J