La tarde avanza lenta en el departamento de Giorgia. El murmullo lejano de la ciudad apenas logra colarse por las ventanas, pero dentro reina una calma engañosa. Sobre la mesa de centro hay diarios impresos, recortes de notas digitales y un portátil con las últimas publicaciones: todo un mosaico del caos mediático que ha estallado en las últimas horas.
Julian camina de un lado a otro, con la mandíbula apretada. Giorgia lo observa en silencio, con un gesto contenido de preocupación.
—Esto no es coincidencia —dice él, golpeando con el dedo los titulares desplegados en la pantalla—. Alguien está moviendo esto con precisión. Y ya sabemos quién.
Giorgia suspira, apartando un mechón de cabello de su rostro.
—Tu padre… —murmura, como si nombrarlo le dejara un sabor amargo en la boca.
Julian se acerca a ella y le toma la mano. Sus dedos entrelazados son el único refugio contra la tormenta que ha permanecido cernida sobre ellos durante demasiados días.
—No pienso permitir que esto