Barron Hill cierra de golpe la puerta de su oficina, haciendo temblar los ventanales. Su asistente apenas alcanza a dejarle los recortes de prensa sobre el escritorio antes de salir corriendo, como si presintiera la tormenta que se desata en su jefe.
Los titulares se apilan frente a él. No necesita leerlos todos: el mismo veneno se repite en cada página digital, en cada informe de noticiero. Su ceño se frunce con rabia al ver el nombre de su hija convertido en carnada para los buitres mediáticos.
“La hija de Barron Hill, la mujer que rompió la sociedad”.
“¿Quién es realmente Giorgia Hill? Rumores desde Las Vegas”.
“Hill & Lerner, caída de un imperio: ¿una mujer en el medio?”.
Barron aprieta los puños hasta que los nudillos se le ponen blancos.
—¡Maldito Lerner! —escupe, con la voz rota por la furia.
Se deja caer en su silla de cuero y toma el teléfono, marcando a la junta directiva. La llamada es breve, un torbellino de acusaciones y órdenes. Algunos consejeros intentan calmarl