El reloj marca las ocho de la noche cuando Giorgia baja del automóvil que la ha traído directo de la empresa. Está cansada por las largas horas de vuelo desde Las Vegas, porque apenas durmió, porque en la empresa le esperaban un montón de problemas que debía resolver cuanto antes y apenas ha podido respirar, pero a pesar de que su cuerpo desearía ir a descansar, no puede esperar un día más para visitar a su padre. La mansión familiar, con sus amplios ventanales iluminados y el aroma a pino que impregna siempre la entrada, le transmite esa sensación de refugio que solo se encuentra en casa. Es verdad que ya no vive allí, pero para ella ese siempre será su hogar; el lugar en el que creció rodeada de mucho amor.
La puerta se abre antes de que pueda tocar el timbre. Allí está su padre, Barron Hill, con el mismo porte imponente de siempre, aunque el cabello encanecido le recuerda a Giorgia que los años no pasan en vano.
—¡Papá! —exclama ella, arrojándose a sus brazos.
El abrazo es largo, c