Gabriele se negaba a abandonar el apartamento de Luciano. La sola idea de marcharse sin respuestas le resultaba insoportable. Se mantuvo decidido, presionándolo con una insistencia sólida, sentía en cada fibra de su cuerpo que Luciano le ocultaba algo.
—No voy a irme sin saber la verdad. — Jadeaba levemente. — Dímelo, Luciano.
¿Qué maldita cosa escondes?
Luciano cerro los puños, como si eso pudiera sostener el peso de no saber qué decir.
—Gabriele, por favor...
—¡Dímelo! —lo cortó Gabriele, dando un paso hacia adelante, acorralándolo.
Luciano alzó la vista, y en sus ojos había algo que Gabriele nunca había visto antes: miedo. No a perderlo, no a ser rechazado, era un miedo real y crudo. Miedo por él.
Al fin, como quien se arranca una gran carga de encima, Luciano hablo:
—Azurra sabe de nosotros.
Gabriele parpadeó, sin entender al principio.
—¿Qué...?
—Tiene un video —continuó Luciano, con voz apagada. —Nos grabó... aquella noche, en el aparcamiento, cuando creímos estar solos.
Una nieb