Luciano, desvelado, se encontraba sentado en el suelo, junto al sofá donde Gabriele dormía, hecho un ovillo bajo la manta que él mismo le había puesto horas atrás. Lo contemplaba como a algo que se teme tocar por miedo a destruirlo. Cada resuello de Gabriele era como una resonancia lacerante dentro de su corazón.
¿Qué estoy haciendo?, pensó Luciano. Tenía a su alcance aquello que más había amado, pero también era aquello que más miedo le daba: la posibilidad de perderlo de nuevo, de arrastrarlo a un mundo de oscuridad, de culpas y secretos. No sabía cuánto tiempo había pasado así, vigilándolo, cuando sintió a Gabriele moverse y abrir los ojos.
Un instante, eso fue todo lo que duró la armonía, luego, la realidad se estrelló entre ellos.
—Deberías regresar a Roma —dijo Luciano, su voz sonaba ronca. —Debes volver con Luka... continuar con tu vida.
Gabriele se incorporó de golpe, la cobija cayendo a sus pies.
—¿Qué...? —Dijo con voz incrédula. — ¿Eso es lo que quieres?
—Es lo mejor —Respon