Ya en la habitación de Gabriele, Luciano cerró la puerta con cuidado y se quedó de espaldas a ella unos segundos, respirando profundo. Gabriele ya estaba en el centro del cuarto, quieto, como una figura de cristal a punto de romperse con un simple roce. No decía nada, sus ojos lo seguían con una intensidad contenida, sus labios apretados y el pecho subiendo y bajando lentamente, como si se obligara a no derrumbarse.
Luciano se acercó lentamente y le tocó el rostro con suavidad, pero antes de que pudiera decir algo, Gabriele lo besó sin aviso. Fue un beso desesperado, cargado de una urgencia que iba más allá del simple deseo. Se aferró a su cuello como si estuviera buscando algo estable, algo que no se derrumbara bajo sus pies.
—Hazme el amor, Luciano… —susurró, con un aliento que temblaba contra sus labios. — Por favor, solo… solo por un rato, quiero olvidarlo todo.
Luciano sintió que el aire se le trababa en el pecho. Quiso contestarle, pero no le salió la voz. Acarició su rostro con