La habitación permanecía en una suave penumbra. El ambiente era completamente tranquilo, como si incluso la luz prefiriera no molestar el delicado equilibrio que habían conseguido entre ambos. Luciano se mantenía callado, su respiración era cálida y constante contra el cuello de Gabriele. Su presencia le transmitía una sensación de seguridad y estabilidad emocional a Gabriele.
De pronto, Luciano susurró cerca de su oído:
—Baja conmigo, cariño.
Gabriele negó con la cabeza, apenas un movimiento casi imperceptible, pero suficiente para expresar su negación.
—No quiero… —murmuró, con una voz apagada.
Luciano no quería presionarlo, pero sabía que rendirse solo lo hundiría más en su tormento.
—Gabriele… —comenzó con una voz dulce— por favor, baja conmigo y come algo.
Gabriele no dijo nada, permaneció en silencio.
—Por favor, cariño, te lo pido, —insistió Luciano.— Te lo ruego.
—No tengo hambre. —Contestó Gabriele con una voz triste y apagada.
Luciano lo separó un poco de él, lo miró a los