Esa tarde, Gabriele se sentó en el café que solía frecuentar con Damián. Gabriele no podía apartar los pensamientos sobre Luka, los colores llamativos del atardecer hacía que todo a su alrededor pareciera una pintura, pero su mente estaba ocupada en otro lugar, pensando en los ojos oscuros de Luka.
Damián, como siempre, había notado su cambio de actitud. Había algo diferente en Gabriele: su creciente distancia, la manera en que su mirada se perdía en el vacío, como si aún estuviera atrapado en una batalla interna que no lograba ganar. A veces, incluso Damián, que había sido su ancla durante estos seis meses, no sabía si realmente lograba llegar hasta él.
Finalmente, después de una pausa larga, Gabriele suspiró y miró a Damián. Era hora de hablar. No podía seguir guardándose todo para sí mismo.
—Damián… hay algo que necesito decirte.
Damián lo miró con curiosidad.
—¿Qué pasa, Gabi? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su café.
Gabriele se pasó una mano por el cabello, mirando las cal