Habían pasado seis meses desde que Gabriele llegó a Roma. Había tomado la decisión de seguir adelante con su vida, y aunque no era el mismo, había logrado encontrar una nueva dirección. El desconsuelo, que antes lo había consumido, había comenzado a transformarse en algo más profundo y poderoso: el arte. Cada línea, cada color sobre su lienzo, se convirtió en un paso más en su proceso de crecimiento. Aún resonaba en él el eco de lo que había perdido, pero ya no permitía que esa ausencia lo definiera. El amor y el desamor, al fin y al cabo, eran solo una parte de lo que aún le quedaba por vivir.
Finalmente, el día de la exposición llegó. La academia de arte se encontraba llena de expectativas, de balbuceos agitados, de luminiscencias danzantes sobre las obras de los estudiantes. Una corriente invisible de ideas flotaba en el ambiente, y Gabriele lo sentía en cada rincón. Hoy, su obra sería vista, pero también era un día para enfrentar una parte de sí mismo que aún no había explorado c